LA GUíA MáS GRANDE PARA OFRENDAR A IGLESIA

La guía más grande Para ofrendar a iglesia

La guía más grande Para ofrendar a iglesia

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Si lo dejas estar, peor eres tú; el ha cometido un pecado y con el pecado se ha herido a sí mismo; ¿no te importan las heridas de tu hermano? Le ves perecer o que ha perecido, ¿y te encoges de hombros? Peor eres tú callando que el faltando (SAN AGUSTÍN, Sermón 82).

Sin bloqueo, si nuestra meta es acumular tesoros en el paraíso, viviremos una vida de obediencia a Altísimo usando nuestros bienes para su servicio y para extender su reino en la tierra. El uso que demos a nuestro caudal reflejará el corazón de Altísimo.

Es un tipo de donación en la cual sólo se extrae de forma selectiva unidad o varios de los componentes de la matanza, devolviendo el resto al donante.

Una de sus primeras manifestaciones se concreta en iniciar al alma en los caminos de la humildad. Cuando sinceramente nos consideramos nada; cuando comprendemos que, sin el auxilio divino, la más débil y flaca de las criaturas sería mejor que nosotros; cuando nos vemos capaces de todos los errores y de todos los horrores; cuando nos sabemos pecadores aunque peleemos con empeño para apartarnos de tantas infidelidades, ¿cómo vamos a pensar mal de los demás?

¿Quien será capaz de explicar debidamente el vínculo que la caridad divina establece? ¿Quien podrá alcanzar cuenta de la amplitud de su hermosura? La caridad nos eleva hasta unas paraíso inefables. La caridad nos une a Dios, la caridad cubre la multitud de los pecados, la caridad lo aguanta todo, lo soporta todo con paciencia; nulo sórdido ni altanero hay en ella; la caridad no admite divisiones, no promueve discordias, sino que lo hace todo en la concordia; en la caridad hallan su perfección todos los elegidos de Todopoderoso y sin ella nulo es grato a Jehová (Santo CLEMENTE, Carta a los Corintios).

Continué leyendo sin desanimarme, y encontré esta consoladora exhortación: Aspirad a los dones más excelentes; yo quiero mostraros un camino todavía mejor. El apóstol, en finalidad, hace notar como los mayores dones sin la caridad no son carencia y como esta misma caridad es el mejor camino para llegar a Todopoderoso de un modo seguro. Por fin había hallado la tranquilidad (SANTA autobiográficos, 227-229). TERESA DE LISIEUX, Manuscritos

El fruto de la caridad consiste en la auxilio sincera y de corazón para con el prójimo, en la liberalidad y la paciencia, y también en el imparcial uso de las cosas (Santo MÁXIMO, Sobre la caridad, centuria 1, 1).

"los alcazeres que se venden y se tasan o ajustan a grano, se pagan en grano su diezmo; los que se ajustan a patrimonio se pagan a patrimonio, y se juntan a las rastras de rubia" (Pueblo de Santo Miguel).

El bienquerencia basta por sí solo, satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El bienquerencia no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica.

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A su momento, el conde se apoyaba en hidalgos y caballeros a los que, de igual modo, recompensaba servicios y lealtades con señoríos sobre villas o lugares de su propio condado.

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Nuestros enemigos se hacen mal a sí mismos y nos prestan a nosotros un servicio, sin embargo que nos ayudan a conseguir la corona de la cielo eterna, mientras que provocan sobre ellos la ira de Todopoderoso, y por esto debemos compadecerlos y amarlos en ocasión de odiarlos y aborrecerlos.

Aunque yo entregare mi cuerpo a las llamas, no teniendo caridad, cero me aprovecha. Como si dijera: Aunque distribuyera todos mis fortuna hasta no reservarme nulo de ellos, todo eso es inútil sin la caridad. Y si a esta liberalidad añadiera yo el calvario del fuego, dando mi vida por Cristo, pero sigo siendo impaciente, irascible, envidioso o soberbio, o si la injuria me indigna y hace aparearse en cólera, si busco mi interés, si soy mal intencionado o peor sufrido, la renuncia y el tormento del hombre extranjero no me reportarán preeminencia alguna, porque el hombre interior quedará aún cautivo en los vicios pasados (CASIANO, Colaciones 3, 8).

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